
No era sólo el hecho de no poder
beber, sino tener que explicar por qué no lo hacía, y aguantarme cualquier
repulsivo ebrio escupiéndome en el oído: “hágalefptff, esofghrgh no pasagghff
nadaghrrg… tómesefgghh un tragofgghh”. Qué maldito asco.
Las energéticas se estrenaban en esa época,
entonces le pregunté al mesero si tenía una de esas, y que cuánto
costaban. Me contestó en opita: "doj mil pesoj". "Ganga"
dije yo, "déme una".
Después de la segunda, llegaron un par más. “¿A cómo es que es la latica viejo?”, le pregunté al mesero. “Doj mil calidá, a doj mil pesoj”. Con semejante noche adelante, ordené la quinta lata. Diego, Juan Diego y Juan Carlos sólo preguntaron: “¿Qué tal? ¿Rica?”.
Entre chiste y chanza, me bajé un total de 11 laticas amarillas.
Tras las susodichas, y como a las
2 horas, llamé al mesero y le pedí la cuenta. “132 mil calidá”. Le dije: “no, viejo, la cuenta de lo mío, no la de los demás”. “Sí, patrón, lo juyo no
maj”.
Le rapé la cuenta y no pude dar crédito: 1 Guaraná,
12 mil pesos. “¿Pero qué putas le pasa hermano? ¡Usted me dijo que cada una de
estas mierdas valía dos mil!”. El rapaz, en un intento verdaderamente olímpico
de contrarrestar su total ausencia de dicción, vocalización y pronunciación, se
atrevió a silabeármelo: “Si eñor… Do-je mil pe-soj… Do-je mil pe-soj… mire”.
Insólito: por la pronunciación maltrecha de este
ígnaro, tenía que pagar 4 veces lo que tenía en el bolsillo. Se armó la pelotera, salió el dueño hablando en opita
también: "¿Quiénej jon loj que no van a pagar?". Diego me dijo:
"sabe qué, abrámonos, yo le presto el resto".
Lo peor vino después. A dos cuadras saliendo del sitio, no pude evitar decirle a Diego: “marica,
me siento como raro”. “¿Por qué¿ ¿Qué tiene?” me preguntó él poniéndome la mano
en el hombro. “No sé ¿Sabe qué? Siento que me voy a cagar”.
En el acto, se me helaron las manos y los pies, se
me desgranó el sudor de los poros, se me arrugó el escroto y sentí que me daba
pánico cardíaco. Juan Carlos se me puso de frente y me dijo “marica, está blanco”.
Empecé a mirar a mi alrededor y les dije “¿Saben qué? llévenme a una clínica, porque yo, yo, me les voy es a
morir”.
El negro me trajo un agua. Todos me hicieron ruedo.
Me mandé dos sorbitos y luego la botella bogada. "Despacio,
despacio", me decía Diego.
Me acuclillé en toda una esquina de la Avenida La
Toma y me introduje el dedo por la boca hasta el colon. Yo gagueaba y gagueaba
mientras me salía toda la Guaraná con un poderoso sabor a thinner.
Me volvió el color a la cara, el alma al cuerpo, me
bajaron las gónadas al puesto. Todo por "doj mil pesoj".