2001. Ese viernes de
comienzo de Parranda Santa, nos íbamos a Neiva, a delinquir, con dos amigos. A eso de las 6 pm, en mi casa, se
nos atravesó una botellita de Doble Anís, y nos quedamos fue jartando en la
sala.
Nos dieron las 3 de la mañana y les dije:
“¡oigan maricas! ¿No era que nos íbamos pa’ Neiva? ¡Mi mamá debe estar pensando
que me volqué en el bus!”. Entonces a semejante hora, cogimos taxi pa’l
Terminal.
Todos ebrios, llegamos y no encontramos ni mierda en qué
irnos. “El próximo sale a las 4:30 pelaos”, dijo un man de Bolivariano. “Es un
Pullman”. Les dije a estos idiotas: “háganle, camine, qué hijue’ putas”.
Matamos el tiempo. Yo me compré unas
donas. El gringo, una coca cola. El otro marica se durmió un rato.
Finalmente, nos subimos. Era un Pullman
de esos de silla tiesa, el exosto hacia adentro y con suspensión rompehígado.
Nos hicimos en el último puesto, que queda más elevado que todas las demás
hileras de sillas. Éramos nosotros 3 y como 4 parroquianos más. Postrada la
nalga, nos quedamos fundidos.
Por allá abrí los ojos. Miré
por la ventana. Miré el reloj, eran las 7:30, y apenas Íbamos en Chinauta. “¡Naaah! Falta resto”, dije. Me volví a dormir.
De repente, y bien al rato, yo siento
un patadón en todo el riñón. “¡Ayayayay jue’ puta!”. Abro los ojos, y lo primero
que veo es al gringo, a lo Matrix, volando desde la silla y a través de todo el bus. El hijue’ puta, en el aire, iba
dormido. “¡¡¡Marica!!! ¡¡¡Marica!!! ¡¡¡Pero qué putas!!!!”, gritó el otro güevón.
Yo me estrello contra el cabecero de la silla de adelante, y las donas que
había comprado volaron a la mierda.
“¡¡¡Pum!!!” Cayó el gringuito en toda la
mitad, como 7 filas adelante. Un peladito que iba como en la 4ta fila, terminó
en plancha al lado de la palanca de cambios, donde estaba la tabla con el producido.
El hijo de las mil mierdas de chofer paró el bus. “¡¡¡Hijue’ puta!!! ¡¡¡Hijue’
puta!!! ¡¡¡Me mató a mi chinito!!!”, gritaba el acudiente del niño.
El gringo
se levantó con la jeta reventada, con un sólo zapato y casi ahorcado entre esa chaqueta.
Todo, pero todo lo que iba dentro de ese bus, apreciado lector, terminó en la
mierda.
Empezó la gritería: “¡¡¡Ole asesino!!!
¡¡¡Qué le pasa!!! ¡¡¡Atarbán!!! ¡¡¡Nos va a matar!!!”. Pero nadie sabía nada.
Todos venían dormidos.
Pues resulta, mi apreciado lector, que
este “Schumacher del Tolima Grande”, se había
comido un policía acostado (arrodillado o en cuclillas) a 90 kilómetros por
hora. Habrá sido tan palurdo el impacto, que me tocó buscar las moneditas y el hígado entre el
reguero de donas; al pobre gringo le tocó irse el resto del camino con un taco
de papel higiénico metido en el hocico.
Mejor dicho, eso fue pa’ mierda.
Llegamos a Neiva a las 11:30, para un record total de 7 horas en Pullman. Todos
reventados, enguayabados, hechos lavaza y listos para ser echados a los puercos. He tenido varios viajes del demonio, por supuesto, pero este, sin duda, es “El Peor Viaje de Tu Vida”.