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#9: El día que probé mi propia mierda.


1997. Me fui de pesca ese día con mi papá, en la lancha, como lo había hecho antes 7 mil veces. ESPN Outdoors comía cuca al lado mío. Le dije a él que me dejara en una isla donde usualmente me hacía mis buenas pescas.

Me bajé, saqué mi maletín, mi caña, y me fui en redondo por la isla, hasta un cabo famoso por su profundidad. No había ni mierda de playa; la orilla era un barranco y para entrar al cabo tocaba ponerse en cuatro patas para no rodarse hasta el agua.

Me senté. Donde me fuera de culo, con maleta, caña, camisa, jean y saco de anzuelos y plomadas, como mínimo, me tendrían que sacar a puntae' colostomía del buche de una babilla.

Y justo ahí, cuando me siento en una piedra que asomaba en el terreno, me dieron ganas de cagar. “Hijo de puta ¿y ahora?”. Yo esperé, claro. Pero no. La cuestión era como pa' ya.

Así que, para no pararme y evitar caminar semejante pedregal empinado, acurrucado y hecho un 8, me bajé mis pantaloncitos, me quité el bolso de la espalda, me agarré con las uñitas de cuanta piedra había a mi alrededor, y ahí mismito, dejé bien moldeada mi hermosa escultura. Ni se imaginan ustedes lo que se vino a continuación.

Estiré el brazo hacia la maleta para sacar el papel higiénico, mientras con el otro me agarraba de una piedra. Y ni bien metí la mano en el bolso, en semejante orilla de 45 grados: ¡FFFFFFFRRRRRRRRRRRR! Me resbalé.

Caí sentado, nalguita al aire, sobre mi propia obra de arte, y en el recorrido desde la curruca hasta el agua (unos 3 metros), me restregué el dichoso material orgánico por el culo, la espalda, la nuca, y hasta el pelo.

Llegué a la profunda agua, enredado entre mis hijo de putas pantalones, con el chaleco de plomadas puesto, con mierda hasta en el pelo, y sí señores (acá pasamos de lo escatológico a lo verdaderamente alarmante), ahí  sentí que si no me aferraba a las piedras untadas de mi propia mierda, me iba a ahogar.

Dentro del agua y a paso de ladrillo hacia el fondo de Betania, me logré zafar el chaleco, subirme los pantalones, y agarrarme de un palo que estaba enterrado dentro del agua y que apenas asomaba unas ramas fuera de la superficie. “Hijue’ puta, yo me voy es a morir aquí”.

Heroicamente salí a la orilla, untado de mierda, con el culo raspado, jarto de agua, con el corazón a 5.000, el jean a media cadera y sin el chaleco de la pesca. Por respeto a usted, amoroso lector, no quiero contarle cómo vergas retiré el bolo fecal de mi cabeza, culo y nuca. Sepa que boté toda mi ropa y me vacié encima todo el bloqueador de sol.

15 años después de la experiencia, es muy espantoso pensar, mis apreciados todos, que ese día, antes de morir, lo último que hubiera visto habría sido, mi propia mierda.