Les dije muy casual a mis amigos: “oigan, ‘pérenme acá voy a buscar un baño que estoy que me meo”. Me salí de la fila, me bajé por la cuadra y pedí un baño prestao’ en un café: “acá no hay baño, amigo”. Pailas. Tres locales más, y la misma mierda. Entonces, giré la esquina y en un callejón oscuro, me pegué mi meadita: “ufffffff…”.
De repente, adivinen quiénes llegaron en moto: “¡Biiimmm! ¡Biiiiiimmm!”... “¿se lo sacudo o qué?”, dijo el de atrás mientras se bajaba. Yo quedé horrorizado. “Papeles, cédula; ¿usté quién es? ¿Qué hace ahí meando? ¿Usté no sabe que eso es prohibido?”. “Agente, sí, entiendo, pero mire que estaba que me explotaba y nadie me prestó un baño”.
El hijo de puta me cogió los papeles, se subió a la parrilla y me dijo: “no se nos vaya a volar porque le damos es bolillo… camine p’acá pa’ la esquina, ya llamo la patrulla”. Cuando el hijue’ puta dijo eso, a mí se me evaporaron los huevitos: “¡agenteee, noooo, un momentooo! ¡Dígame dónde pago la multa! ¡¿Cómo así que patrulla?!”.
Pues sí mis queridos que a las 10:30 PM estaba yo, en toda la esquina de El Candelario, peinadito, enlocionadito y esposao’, en la palestra de la comunidad rumbera del centro de Bogotá, esperando a ser llevado a la cárcel. Todo, por una hijue’ puta meada.
Mis ruegos y los de mis amigos, que ya se habían salido de la fila, sirvieron pa’ una verga. “Tranquilo que ya viene la patrulla mijito, ya nadie lo va a ver así más”.
En esas llegó la hijue’ puta vagoneta de la Policía. Canuto me quitó el reloj y me dejó con 10 mil en la billetera. “Guárdeme eso pa’ que no me lo roben”, le dije. Estos maricas seguían rogando como un hijue’ puta. Pero paila. La vagoneta arrancó conmigo atrás. Usted, apreciado lector, no se imagina todo lo que viví esa noche.
Me conocí todo el centro-sur de Bogotá. Me pillé tres riñas, una bolillada a un ñero, y hasta vi como revivían a una pelada víctima de un derrame en el Chorro de Quevedo. Visité dos hospitales, un CAI. Primero aquí, luego allá. Yo no sabía por qué calles íbamos, si era norte o sur. Una noche “de rumba” una gonorrea.
Entonces, me sonó el celular. Era Canuto. “Marica, Pixie y otros más llevan siguiendo la patrulla en un taxi desde hace rato, pero se perdieron ¿dónde está? ¿pa’onde va?”. Luego de preguntarle al tombo, le dije: “¡Marica! ¡Pa’ la estación del centro! ¡Caigan allá!”. “¿Onde es?”. “¡Marica! ¡Ni puta idea pero caigan allá!”.
Cuando llegamos a la estación, me hicieron seguir al fondo. Era una casa grande de tres pisos, con un patio el hijue’ puta atrás. Un aguacate me recibió en la entrada de ese patio: “Bustos Rodríguez Cristian Fabián…”, dijo mientras anotaba en un cuaderno. La horda de ñeros gritaba entre las rejas: “¡¡¡¡UYYYYYYY!!!! ¡¡¡¡MIREN LA MUÑECA QUE LLEGÓ!!!! ¡¡¡¡LA GONORREITAAAA!!!! ¡¡¡¡LLEGÓ LA LUCAAA PA’ LA COMIDITAAAA!!!!”.
Yo, la verdá me vi entre una celda, con el celular escondido culo arriba y con un par de hijue’ putas de estos
Le dije al agente: “mire, dondequiera que usté me quiera detener, pero por favor, déjeme en una celda solo”. Más extrañao’ que un putas, el agente me miró de pies a cabeza y me preguntó: “¿usté por qué está aquí?”. “Por una meada en la calle, señor agente”. El man se cagó de la risa, me devolvió la cédula y simplemente me dijo: “cruce el patio, coja a la derecha, y ¡lárguese de acá hijue’ puta antes de que me arrepienta!”.
Yo
salí, y en una esquina vi doblar hacia mí un taxi. Se bajaron estos maricas.
Eran las 12:00 de la noche. Nos rascamos de vuelta y por supuesto que todo el mundo se enteró de toda la mierda que me pasó por una meada. Ya saben... como que es mejor morir de peritonitis antes que mear en la calle ¿no?.
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