#24: Vengan les muestro cómo vengarse de los mandriles en moto.

¿Qué tal este hijo de las mil putas? ¿Ah?
Qué día iba yo por la 116. Hace un par de meses. Iba a hacer un giro a la derecha a tomar la 19 y de repente, y como siempre, un hijo de puta mandril en moto, se me metió entre el andén y el carro. Me tocó frenar para no tumbarlo, pero, eso sí, le toqué todo un disco de rancheras con el pito. El man, entonces, se me atravesó.

“¿Qué le pasó pirobo?”, me gritó el hijo de puta por entre el casco. Empezaron las rancheras de pito por detrás: “¡faaaaaa! ¡Faaaaaaa! ¡Fá fá fá faaaaaa!”. Yo sentí que la amígdala se me iba a explotar. No obstante, con los años, uno aprende a echarse hielo en la puta cabeza, a que se le devuelvan los testículos al puesto; entonces, opté por otra cosa.

Me quedé ahí, parqueado. Que pitaran, que jodieran. El puto ese me miraba con carita de mucha camorrita. En medio de la pitadera, tuve ese momento de brillantez y noté que tenía una chaqueta con el logo de una empresa de vigilancia; me memoricé el nombre de la empresa y la placa de la moto. Mientras el hijo de puta mandril perdía el tiempo ahí desafiándome, saqué un esfero de la guantera y anoté todos los datos.

El hijue’ puta ese no obtuvo la camorra que quería, pero yo sí. Llegué a mi casa me metí a internet, busqué la empresa, encontré el número. Llamé. Y no como un marica ardido, a echar la madre y a hacer las cosas como un marrano; no, con clase, y con mucha más efectividad que cogerme a pencazos con el Chewbacca ese.

“Vigilancia Super blá, blá, ¿buenas tardes?”. “Señorita, buenas tardes. Llamo a exponer una situación”. “¿El señor de dónde llama? ¿Cuál es su nombre?”. Le monté esta: “mire señorita, eso no importa, pero lo que sí les importa a ustedes, es que yo soy un cliente”. “Dígame señor, lo escucho”. “Mire”, le dije. “Hace un rato, yo transitaba por la 116, y un empleado de ustedes, que conducía la moto de placas XYZ, intentó agredirme. El tipo blá, blá, blá”. Le conté.

“…Y la verdad es que uno queda totalmente asqueado de saber que gente de esta empresa, se porte así, como unos cernícalos, abusando de los demás. De modo que hoy, por poco, un funcionario de ustedes, que me prestan servicios de vigilancia a mí, casi me dispara… ¿A usté le parece eso aceptable señorita? ¿Que ahí, donde usté trabaja, prestan también el servicio de sicariato en moto? Qué porquería, de verdá; allá no trabajan sino mandriles con rabia o quién sabe que otro virus”.

La pelada trató de rescatar la cosa: “pero señor, cálmese, no es para que se ponga así”. “No, señorita, tengo un viaje y en 15 días que vuelva, cancelo el contrato con ustedes; en todo caso muchas gracias”. Colgué. 

No me imagino la vaciada tan hijo de puta que le meterían al sicario ese porque, por su marranada, habían 
perdido un cliente. Créanme. Toda compañía ve su reputación amenazada con este tipo de cosas. Lo incito entonces a que, si conduce, aplique mi método si es posible; fíjese y verá que mucho macaco en dos ruedas es un man de domicilios, un repartidor de correo; cójale la placa, llame a la empresa, arme el mierdero. Pero no se dé en la jeta, y no se me delique. ¡Muack! 

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