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¿Qué tal este hijo de las mil putas? ¿Ah?
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Qué día iba yo por la 116.
Hace un par de meses. Iba a hacer un giro a la derecha a tomar la 19 y de
repente, y como siempre, un hijo de puta mandril en moto, se me metió entre el
andén y el carro. Me tocó frenar para no tumbarlo, pero, eso sí, le toqué todo
un disco de rancheras con el pito. El man, entonces, se me atravesó.
“¿Qué le pasó pirobo?”,
me gritó el hijo de puta por entre el casco. Empezaron las rancheras de pito
por detrás: “¡faaaaaa! ¡Faaaaaaa! ¡Fá fá fá faaaaaa!”. Yo sentí que la amígdala
se me iba a explotar. No obstante, con los años, uno aprende a echarse hielo en
la puta cabeza, a que se le devuelvan los testículos al puesto; entonces, opté
por otra cosa.
Me quedé ahí, parqueado. Que
pitaran, que jodieran. El puto ese me miraba con carita de mucha camorrita. En
medio de la pitadera, tuve ese momento de brillantez y noté que tenía una
chaqueta con el logo de una empresa de vigilancia; me memoricé el nombre de la
empresa y la placa de la moto. Mientras el hijo de puta mandril perdía el
tiempo ahí desafiándome, saqué un esfero de la guantera y anoté todos los
datos.
El hijue’ puta ese no obtuvo
la camorra que quería, pero yo sí. Llegué a mi casa me metí a internet, busqué
la empresa, encontré el número. Llamé. Y no como un marica ardido, a echar la
madre y a hacer las cosas como un marrano; no, con clase, y con mucha más
efectividad que cogerme a pencazos con el Chewbacca ese.
“Vigilancia Super blá, blá, ¿buenas tardes?”. “Señorita, buenas tardes. Llamo a exponer una
situación”. “¿El señor de dónde llama? ¿Cuál es su nombre?”. Le monté esta:
“mire señorita, eso no importa, pero lo que sí les importa a ustedes, es
que yo soy un cliente”. “Dígame señor, lo escucho”. “Mire”, le dije. “Hace un
rato, yo transitaba por la 116, y un empleado de ustedes, que conducía la moto
de placas XYZ, intentó agredirme. El tipo blá, blá, blá”. Le
conté.
“…Y la verdad es que uno
queda totalmente asqueado de saber que gente de esta empresa, se porte así, como
unos cernícalos, abusando de los demás. De modo que hoy, por poco, un
funcionario de ustedes, que me prestan servicios de vigilancia a mí, casi me
dispara… ¿A usté le parece eso
aceptable señorita? ¿Que ahí, donde usté trabaja, prestan también el servicio de
sicariato en moto? Qué porquería, de verdá; allá no trabajan sino mandriles con rabia o quién sabe que otro virus”.
La pelada trató de rescatar la cosa: “pero señor, cálmese, no es para que se ponga así”. “No, señorita, tengo un viaje y en 15 días que vuelva, cancelo el contrato con ustedes; en todo caso muchas gracias”. Colgué.
No me imagino la vaciada tan hijo de puta que le meterían al sicario ese porque, por su marranada, habían “perdido un cliente”. Créanme. Toda compañía ve su reputación amenazada con este tipo de cosas. Lo incito entonces a que, si conduce, aplique mi método si es posible; fíjese y verá que mucho macaco en dos ruedas es un man de domicilios, un repartidor de correo; cójale la placa, llame a la empresa, arme el mierdero. Pero no se dé en la jeta, y no se me delique. ¡Muack!
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