Fui de rumba con dos amigos y una nena de Neiva muy conocida. Era una
casa en Cedritos. La pelada era atractiva, simpática, tenía severo bómper
delantero, el cuerpo curvilíneo y dos almohadas de carne magra en esas nalgas.
En la casa, con el
trago, la música y la vaina, se dio que la nena, ya avanzada la noche, terminó
rumbiándose a uno de mis amigos. Mi otro amigo y yo sólo decíamos: “maldito
bulto tan de buenas”. La nena estaba bien jalada, y se lo chupeteaba como si el
hijo de puta fuera un hueso de marrano.
Nos fuimos, entonces,
porque era evidente que estos dos ya querían era “pegarle al sabor”, “apuñalar el osezno”, “darle tetero a la mueca”. Nos
montamos en un taxi. Yo, adelante, y mi amigo, atrás, con ellos dos. La nena
tenía esa ingle en llamas y le pegó qué bluyineada al tonto este enfrente del
taxista y de nosotros. Casi nos volcamos como 4 veces.
Llegamos a la
dirección solicitada, y estos, después de comerse una hamburguesa se iban de aquelarre genital. “Bueno marica”, le dijimos
mi otro amigo y yo al care waffle este. “Nos hablamos mañana, suerte con la
vaina”. Yo me fui a la casa con severenda película porno en la cabeza.
Pues no señores, así, como yo lo pensaba, no iba a ser. Ni parecidito.
Me levanté al otro día
y a eso de las 8 am no me pudo el chisme y llamé a mi amigo. Me contestó. Le
dije: “bueno, cuente a ver cómo fue la fornicada”. Me dijo: “marica,
estoy saliendo de una clínica, pasé ahí toda la noche”. “¡¡¡¿Qué qué?!!!
¡¡¡¿Cómo así?!!!”.
Al ratico de habernos
ido, sucedió lo inimaginable: a punto de entrar a comer, a la chica le dio
un ataque convulsivo. Mi amigo se
metió qué paniquiada y en esas llegó un médico que estaba ahí comiendo. El man
le dijo: “hermano, esta pelada tiene un ataque, llévela ya para una clínica”.
La nena llegó completamente desgonzada a Urgencias.
Mi amigo la esculcó por la billetera pero la belleza había dejado su cartera con todas las vainas en
el taxi. El man la cargó hasta la
recepción donde, después de exponer la situación, le dijeron: “me da pena con
usted pero no lo podemos dejar entrar; la muchacha no tiene papeles de EPS ni
nada”.
En ese preciso
momento, la nena volvió en sí. Lo primero que dijo fue: “déjenme orinar,
déjenme orinar”. Y sí señores, que ahí, en toda la recepción de la clínica, la
pelada, forcejeando y echando pata contra todos, le dio por bajarse el pantalón
y se pegó su buena meada al lado de una matera (uyuyuyuyuyuy).
Después de que hiciera sus necesidades a la vista de todos ahí, y de que lograran subirle las bragas (¡uf! ¡cómo me calienta esa palabra!), el vigilante los sacó de la recepción; el man se quedó
con la nena dos horas en la jardinera de la clínica, sin saber qué vergas hacer
con ella.
Al rato, el man de
recepción salió y le dijo a mi amigo: “listo, la admitimos, pero USTED firma un
pagaré y se hace responsable de los gastos”. El man no se iba a responsabilizar
de la deuda, así que, mientras le vaciaban 15 bolsas de suero en la vena a la
pelada, logró hacerle susurrar a la
susodicha un número de un familiar.
Al marica le tocó quedarse toda la
noche ahí al lado sirviendo de acudiente, mientras llegaba una tía de la
afectada a firmar. Y finalmente, a las 6 am, cuando llegó la señora, mi amigo se
abrió pa’ la casa. La pelada está hoy en día más que bien, todo fue vaina del
trago. Pero apreciado lector: ¿qué tal esa rasquita? Mi amigo y yo pensamos al otro día: “¡marica! ¡Con tanta gana y todo, mire de la que nos salvamos! ¡jajajaja!”.
Oye, chico malo, ¿no crees que hubiera sido mejor dejar todas estas súper anécdotas bien guardaditas en tu diario adolescente?
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