Venido el momento de vengar cualquier
denuesto contra mi persona, he sido, a lo largo de mi vida, todo un sicario de
las Águilas Negras, un descuartizador del Cartel de Sinaloa, un ario de la Schutsztaffel. O sea, un completo hijo
de puta.
Yo estaba sano, con mis 1,17
metros de estatura y mis 10 años, haciendo fila en la tienda del colegio. 1993,
estaba en sexto. Entonces, llegó un futuro Congresista de este país, de grado
11, y me empujó hacia un lado, sacándome de la fila.
Con la educación que el
pelao’ no tenía, le dije amablemente: “perdón, ese es mi puesto”. El futuro Senador
contestó: “quítese de acá, chino marica, o si no lo levanto”. Insistí,
empujándome de nuevo entre la fila: “pero es que yo estaba ahí, ese es mi
puesto”. El abusador me mandó de un empujón al suelo embarrado de la fila. “¡Jajajajajajajaja!”
se burló media tienda.
Yo me paré, me fui. Lo que
musité, mentalmente, casi que no me cupo en esa cabecita: “ok, ok, pedazo de tres
veces hijo de las mil putas; te voy a hacer llorar sangre. Sólo dame un ratito,
ya verás. Vas a morir”.
Durante el almuerzo, cavilé entonces
mi venganza como un pequeño Heinrich Himmler. Teniendo la ventaja de almorzar
primero que los otros cursos, terminé de comer y salí hacia la cancha de fútbol
donde sabía que encontraría unas enredaderas lechosas en el pasto, y que serían
el arma perfecta para hacerle sudar sangre a ese hijo de puta.
Me devolví hacia el comedor.
Lo vi salir. Iba con dos Azcárate, camino a la tienda. Me fui detrás,
despacito, silencioso, de lejos, con las manitas atrás doblando en 3 partes
unos 3 metros de enredadera lechosa en un abominable látigo elaborado por el
mismo Tigro, segundo al mando de los Thundercats.
“Malparido, vas a sangrar”.
Llegaron a la tienda. El
puto, dándome la espalda, inició una serie de estiramientos colgado de la rama
de un guayabo; las rameritas estaban distraídas; apreciado lector, había llegado
el momento.
Entonces, inicié metódico trote
en trayectoria al objetivo (Thunder);
aceleré a máxima velocidad cuidando de no ser detectado (¡Thunder!); solté un tercio de lapo para mejorar el alcance y
lograr mayor inercia (¡¡Thunder!!); y
me elevé por el aire en un salto para, finalmente, (¡¡¡¡Thundercats!!!!), blandirle la poderosísima arma en esas costillas (¡¡¡¡¡HOOOOOOOO!!!!!): “¡¡¡¡¡¡SHUUWIIIIIISSPPPP!!!!!!”, sonó
el improvisado perrero. Arqueado en sufrimiento, el hijo de las millones de putas, gritó:
“¡AAAAAAAARRRRRGGGHHHH!”.
Yo caí al pasto, dando
tumbos, sin el arma en mis manos. Me giré inmediatamente; el puto estaba echado,
en el suelo, como una vil perra, lamiéndose (sobándose) la alargadísima roncha que
le había quedado en la espalda; “¡Rojitas! ¡Rojitas! ¿Estás bien?”, preguntaron
las Azcárate. El man sólo dijo con la voz entrecortada: “a este hijue’ puta lo
voy a matar”.
¿Quién dijo “corran”? Me
paré y pegué escurridiza carrera hasta la oficina de María Inés, profesora y
esposa del Rector. “¡Niño! ¿Usted qué hace aquí?”. “Profe, es que viene un
grandulón detrás y me quiere pegar”. El man llegó sin camisa, desahuciado, ojos
llorosos. “¡¡¡¡Mire lo que este hijue’ puta me hizo María Inés!!!!”. Yo me
dije: “de verdad, maldito aborto de oruga, ¿crees que a ti te van a defender?”.
María Inés, en su mejor
estilo, lo vació y lo despachó a enfermería a que le hicieran un injerto de
piel en semejante úlcera. Y aunque por 3 meses me tocó pasar todos los
recreos escondido entre los niños de primaria, me relamí como un Hannibal
Lecter mi gran hazaña de hacerle pagar a ese hijo de puta, el haberse metido
conmigo. Ahí les queda, ya saben, ya me conocen. Me dicen el Thundercat.
Explique por qué las "Azcárate"?
ResponderEliminarApreciado Lector,
EliminarEn analogía entre los dos personajes femeninos de la historia, y la controversial modelo.