
Me bajé, saqué mi maletín, mi caña, y me fui en
redondo por la isla, hasta un cabo famoso por su profundidad. No había ni
mierda de playa; la orilla era un barranco y para entrar al cabo tocaba
ponerse en cuatro patas para no rodarse hasta el agua.
Me senté. Donde me fuera de culo, con maleta,
caña, camisa, jean y saco de anzuelos y plomadas, como mínimo, me tendrían que
sacar a puntae' colostomía del buche de una babilla.
Y justo ahí, cuando me siento en una piedra que
asomaba en el terreno, me dieron ganas de cagar. “Hijo de puta ¿y ahora?”. Yo
esperé, claro. Pero no. La cuestión era como pa' ya.
Así que, para no pararme y evitar caminar semejante pedregal empinado, acurrucado y hecho un 8, me bajé mis pantaloncitos, me quité el
bolso de la espalda, me agarré con las uñitas de cuanta piedra había a mi
alrededor, y ahí mismito, dejé bien moldeada mi hermosa escultura. Ni se imaginan
ustedes lo que se vino a continuación.
Estiré el brazo hacia la maleta para sacar el
papel higiénico, mientras con el otro me agarraba de una piedra. Y ni bien metí
la mano en el bolso, en semejante orilla de 45 grados: ¡FFFFFFFRRRRRRRRRRRR! Me
resbalé.
Caí sentado, nalguita al aire, sobre mi propia obra
de arte, y en el recorrido desde la curruca hasta el agua (unos 3 metros), me
restregué el dichoso material orgánico por el culo, la espalda, la nuca, y
hasta el pelo.
Llegué a la profunda agua, enredado entre mis
hijo de putas pantalones, con el chaleco de plomadas puesto, con mierda hasta
en el pelo, y sí señores (acá pasamos de lo escatológico a lo verdaderamente
alarmante), ahí sentí que si no me
aferraba a las piedras untadas de mi propia mierda, me iba a
ahogar.
Dentro del agua y a paso de ladrillo hacia el fondo de
Betania, me logré zafar el chaleco, subirme los pantalones, y agarrarme de un
palo que estaba enterrado dentro del agua y que apenas asomaba unas ramas fuera
de la superficie. “Hijue’ puta, yo me voy es a morir aquí”.
Heroicamente salí a la orilla, untado de mierda,
con el culo raspado, jarto de agua, con el corazón a 5.000, el jean a media cadera y
sin el chaleco de la pesca. Por respeto a usted, amoroso lector, no quiero
contarle cómo vergas retiré el bolo fecal de mi cabeza, culo y nuca. Sepa que boté toda mi ropa y me vacié encima todo el bloqueador de sol.
15 años después de la experiencia, es muy
espantoso pensar, mis apreciados todos, que ese día, antes de morir, lo último que hubiera visto habría sido, mi propia mierda.
Jajajajaja!!!! Muy bueno, usando sus palabras, bastante escatológico. Hace algún tiempo vengo pensando en escribir un cuento sobre una persona que muere defecando pero no me había atrevido precisamente por eso pero después de su aventura lo mio será una bobada. Por último recuerde que el mundo es un mar de mierda que hay que pasar nadando y el que no sabe nadar ha de pasar tragando!!!
ResponderEliminarApreciado Juan Camilo. Imposible olvidar tu certera reflexión. Saludos.
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