2001 o 2002, creo. Salí a rumbiar con
unos amigos de la universidad y algunos de Neiva a este barcito que quedaba en
Chapinero en toda la 59 con 7, que ya no recuerdo cómo se llamaba (¿Alguien?).
La noche transcurría de lo más normal.
Trago, hablar mierda, bailar, hasta que una nena me propuso salir a “dar una
vueltica”. Bajamos las escaleras, salimos por entre el tumulto de gente, y
volteamos calle arriba por la 60 donde, creo, queda La Salle.
A mitad de cuadra, la nena prendió un
chiruzo. “¿Tú fumas?”. “La verdad muy poco, pero dale, te acompaño”, le
dije. Lo recibí y le metí el primer plon.
Suave, como si fuera un cigarro; el segundo sí fue más generoso.
Estaba yo exhalando el humo cuando de repente, de la fatuta oscuridad y a toda mierda, sonó por detrás una moto: “¡Bim! ¡Bim ¡Biiiimmm!”. Me quedaron los ojos listos pa’ las gotas.
Estaba yo exhalando el humo cuando de repente, de la fatuta oscuridad y a toda mierda, sonó por detrás una moto: “¡Bim! ¡Bim ¡Biiiimmm!”. Me quedaron los ojos listos pa’ las gotas.
“¡No lo vaya a botar! ¡No lo vaya a botar!”, gritó lo que parecía ser un
tombo, mientras cuadraba la moto al lado.
Entonces yo, señores, no sólo
obedeciendo las órdenes de la autoridad, sino como un acto reflejo para que no
nos pillaran en zipote humareda, hice lo más insólito y estúpido que se me pudo
haber ocurrido en ese instante: me metí el joint prendido a la
boca.
“¡Fsssss! ¡Fssssss!” sonaba el carrujo
quemándome toda la lengua mientras yo me giraba para dirigirme a la autoridad:
“Agenfffte (¡Fsssss! ¡Fssssss!) buenaff noschefffs (¡Fsssss! ¡Fssssss!)”. El
aguacatillo empezó a preguntarnos que qué estábamos haciendo, y la vaina. Yo lo
único que escuchaba era ese hijue’ puta porro rostizándome (¡Fsssss! ¡Fssssss!)
el paladar, la lengua, (¡Fsssss! ¡Fssssss!) los labios por dentro (¡Fsssss!
¡Fssssss!).
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Así se me puso la cara.
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“¡¿Dónde está la mierda que estaban
fumando?! ¡¿Dónde está?!” A mí se me encharcaron esos ojos y se me puso la cara
como el culo de un babuino. “¡Fsssss! ¡Fssssss!”, “¡Fsssss! ¡Fssssss!”. Yo
trataba de salivar lo más que podía para que ese hijo de puta carrujo se
apagara y dejara de achicharrarme la boca (¡Fsssss! ¡Fssssss!). La nena sólo me
decía: “¡marica! ¿Qué hiciste el puto porro?”.
El quemón fue tan bestial que
finalmente, ante la mirada estupefacta del agente de policía, escupí al
pavimento el hijo de puta bareto, aún completamente encendido. “¡Jajajaja!
¡Vean a este campeón!” se carcajeó el aguacatudo. “Nos vamos es pero ya pa’ la estación
de policía”.
Entonces, mis queridos, nos esposaron;
nos llevaron a la estación. Allí, como un marica, me pasé desde las 12 pm hasta
las 6 am detenido en el CAI de Chapinero, con la jeta chamuscada y aguantando
frío mientras mis amigos rumbiaban a dos cuadras en el bar. Todos se juagaron
de la risa cuando se enteraron del cuento. Y pues del porro, ni idea. Puedo
garantizar que ese hijo de puta, a la fecha, todavía debe estar prendido.
era bar 23! y yo estaba ahí con usted, el único q quedo en la farra fue el niga!
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