
¿Sí ven que acá vivimos en una sociedad
tomateadora? ¿Inmadura y marica como ninguna? Con esto de la Azcárate (y con
muchos otros ejemplos) está claro que nuestra edad mental y nuestro crecimiento
humano son los de Nelson Rufino de Los Simpsons. Permítanme me río: “¡já, já!”.
Y es que Nelson Rufino es la verga de
personaje, porque nos restriega en la jeta toda la falta de intelecto y toda la
párvula vocación matoneadora de esta sociedad que tiene la madurez de un niño.
Así, como Rufino, somos todos acá: pelotudos, mocosos, ignorantes y mal
vestidos, riéndonos hasta de las dichas de los demás. Una belleza.
Lo que hizo esta fulana Azcárate fue
ponerse la mano en el buche, señalar a las gordas con el dedo índice, y abrir
la jeta para, en un total de 630 palabras, escupirles una cosa mucho más
cortica: “¡já já!”. Sabrá ella para qué tanto trabajo.
No sólo su plana de primaria (“tomate a
las gordas”, “tomate a las gordas”, “tomate a las gordas”) se constituyó como
una verdadera apología al matoneo con más de 5.000 likes, sino
que despertó las reacciones más desconcertantes.
Una pelada que tengo en Facebook, como
fuerte paladina del matoneo virtual, incluso colocó: “yo quisiera otra columna con las 7 ventajas de tener un pezón en cada
axila como la honorable columnista”. Yo
matoneo, vosotros matoneáis, todos matoneamos.
Lo bueno de la Azcárate, sin embargo, es que confesó que forma parte de “las víctimas de esta sociedad que nos bombardea con esquemas específicos de belleza a través de los cuales la delgadez es un ideal”. ¿Qué tal que no fuera consciente de ello? Qué hija de puta, de verdad.
Y ya para acabar su composición de 4to grado titulada “Por qué debemos lanzar tomates pútridos contra el prójimo”, la belleza esa nos deja dos razonamientos con tan sólo dos párrafos de distancia: “(las gordas) así se aman y así las aman” y (pero) “no olviden que uno gordo se ve lindo solo cuando es bebé”. Excelente, malparida bruta. Cómo se nota que sabes lo que dices.
Pero bueno, ya. Frescos todos. Echémonos agüita, no nos deliquemos (incluida mi amiguita de Facebook). Los invito, señores, a que estemos más bien atentos a cuando se nos salga el Nelson, así tal cual como es este personaje que con tanta puntería se jaló Groening, para reflejar uno de los roles que más le encanta a nuestra sociedad: la del mocoso roñoso, ignorante, idiota, matoneador y tan mal vestido de espíritu. Y no os deliquéis.
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