2003. Un viernes me llamaron el Pajarraco y
Yucumá, más aburridos que una trucha en un tetero, a ver si hacíamos
algo. “Marica, no tengo ni cinco, ¿ustedes qué quieren hacer o qué?”, les dije.
“No, pues caiga acá y nos echamos un parquesazo”. “Hágale”.
Por supuesto que sin trago, y sin plata, el tercer elemento de la
ecuación (las viejas) desapareció: no hicimos una fatuta mierda, no tomamos un
culo, no nos rumbiamos a nadie, no nos comimos a nadie, nos quedamos sin un
puto peso. Y justo ahí, el Pajarraco espeta su frase célebre de todos los putos
viernes… “Nooo marica... ’Tons qué… ¿Un parquesazo?”.
El pajarraco vivía en un edificio enfrente
así que me puse la chaqueta y crucé la calle. Lindo el cuadro: viernes en la
noche, tres maricas vaciados, jugando parqués y escuchando Radiactiva, la
emisora. Una completa mierda.
Entonces, a la mitad de un chico, me entró
una llamada. “¿Alo?”. “¿Ole amigo? ¿Qué más?”. Reconocí inmediatamente una voz
femenina así que le dije al Pajarraco que le bajara a la música. “¿Con quién
hablo?”. “Marica, pues conmigooo”. “Ooooleee querida ¿qué más?” Era Melisa, una
pelada de Neiva que le gustaba doblado y con orégano.
“Marica, estoy acá con unas amigas y
queremos hacer algo ¿usted dónde está?”. “Acá donde el Pajarín. Hágale, caigan”. Y entonces, todo
se despelotó: el Pajarraco casi se me echa encima pa’ escuchar quién era,
Yucumá me hacía caritas de “dígales que vengan y les embutimos trago”. Todos
tres estábamos como un platoe’ mazamorra.
En la improvisada y atropellada
conversación, y con este par de maricas encima mío, yo atiné a decir: “acá tenemos una botella de guaro”. “Hágale, de
una; en una hora más o menos estamos allá”, dijo la nena.
Tan pronto colgué, este par de cotoplas se
enloquecieron: “¡¡¡¡MARICA!!!! ¡¡¡¡QUÉ CHIMBAAA!!!! ¡¡¡¡¿¿¿A QUÉ HORA
VIENEN???!!!! ¡¡¡¡¿¿¿QUÉ LE DIJERON???!!!! ¡¡¡¡COMPREMOS UNA BOTELLAE’
GUAROOO!!!!”.
Pero Houston, tenemos un problema: ninguno de los tres tenía un puto peso.
Pero Houston, tenemos un problema: ninguno de los tres tenía un puto peso.
Entonces nos raspamos los bolsillos, sacamos moneditas de entre los cojines del sofá, e hicimos hasta pa' mierda pa' levantarnos lo de una botella de guaro. En total nos exprimimos 14 mil pesos,
con los que compramos una botella del peor aguardiente de Colombia: Néctar. Yendo pa’l estanco de la esquina, y en
nuestra miserable y desparchada existencia, nos veíamos en zipote Californication.
Cuando volvimos al apartamento, el
Pajarraco entró a la cocina y metió la botella del preciado líquido en el
congelador, y todos como unas completas maricas, dichosas, nos pusimos a jugar
parqués mientras las chicas llegaban.
Sucede, mi apreciado lector de Pero No Se
Me Delique, que nuestro amigo, el Pajarraco, es un obseso fastidioso hijo de
puta, y se paró 400 mil veces a joder con la puta botella, cada una de ellas
por diferentes motivos: “oigan, voy a girarla que es que quedó como torcida”;
“’pérenme yo voy y la corro que es que ahí de pronto se quiebra”; “voy a
echarle ojo porque qué tal que se estalle”… Y JODA.
Y fue en pleno chico de parqués cuando
llamaron de portería: “¡¡¡¡MARICA, MARICA!!!! ¡¡¡¡LLEGARON ESTAS VIEJAS!!!!”
dijo el Pajarraco colgando el citófono. Yo me paré, me acicalé; Yucumá prendió
un cigarrillo. Todos nos volvimos unas maricas contentas porque, por fin,
después de tres meses de pura paja y parqués, había trago y viejas.
Y entonces, con las nenas entrando al
edificio, lo increíble, lo más absolutamente hijo de puta, mi apreciado lector, de repente, sucedió... "¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡POOFFFFFFFF!!!!!!!!!".
“¿¿¿¿¿¿¿ESA MIERDA QUE FUE????????”,
preguntamos desde la sala Yucumá y yo; el Pajarraco, con cara de fatuto glande
y con una vocecita que parecía un pedo silencioso, asoma su nalgoso rostro por
la cocina y contesta: “marica, la botella se cayó…”.
“¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉEÉÉÉÉÉÉÉÉ
QUÉÉÉÉÉÉEÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉE??????????????????”… Gritamos Yucumá y yo.
Y sí, mi querido lector. Efectivamente,
este sopla bálanos del Pajarín abrió el congelador, y la botella se rodó y se estalló contra el piso. Todos los tres, como las completas maricas perdedoras que
éramos, nos miramos con cara de “¿¿¿¿Y AHORA QUÉ VERGAS VAMOS A HACER????”.
En ese instante, el timbre sonó.
Yo abrí la puerta mientras Pajarín secaba a toda mierda el zipote mierdero con un trapero, y mientras Yucumá se sentaba en la sala a
cogerse los boliquesos a patadas. “¿Ole marica? ¿Qué ese tufo? ¿Cuántas se han bajado?”, preguntó Melisa mientras me saludaba de pico. “No, nada, siga…”.
Las nenas entraron, se sentaron, y no hacían sino mirar con desconcierto el
extraño corretear del Pajarraco con su oloroso trapero escurriendo aguardiente.
Por favor joven más respeto con el aguardiente predilecto de Colombia, a mí el Néctar me encantaba. Por cierto, tenía un amigo con el que los viernes de desparche el plan era coca cola y marlboro mientras hacíamos el crucigrama grande de las aventuras dominicales de el tiempo.
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