Los gringos son gente muy hijueputamente extraña. De verdad. A
principios de 2008, mi querido amigo inglés, antes de irse de vuelta a su país,
me dejó un círculo social de muchos extranjeros; entre ellos, varios
americanos. Me hice muy amigo de Laura Carey, una gringa muy querida.
Pues resulta que la nena me invitó una noche al Bogotá Beer Company de
la calle 72, para tomar unas polas con unos amigos suyos de la Embajada
Americana. Llegamos los dos primero, así que tuvimos la oportunidad de hablar
mierda mientras llegaban los otros.
Como a la hora, llegaron los siguientes personajes: una gringa hirsuta,
otra igualita a Megan Fox (¡qué delicia!), un mancito muy normalito y dos
Marines que habían estado en Irak.
Mientras departíamos todos en la mesa, uno de estos Marines, que estaba
al lado mío, simplemente no podía sacarme la lengua del culo: me halaba del
brazo para que hablara con él, se me arrimaba para hablarme de Irak, y yo
simplemente le contestaba dos cosas y luego me dirigía hacia otra persona en la
mesa. Era un tipo joven, de unos 30 y algo.
Pasaba la noche, y en medio de otras conversaciones bizarras, típicas de
gringos, el tipo insistía. Así que, para ver si me lo quitaba de encima, decidí
ponerle atención y hablar con él.
“¿Cuántos años tienes, viejo?”, preguntó el hijo de puta. “Veinticinco”,
respondí yo. “Eres un bebé, mi querido amigo. Cuando tu mamá te daba pecho, yo
estaba salvando el mundo, amigo”, me dijo. Yo como que: “¡uy! ¡Está un poco
loco este sopla-cotoplas!”.
Y no me equivocaba. El man (sin exagerar, ojo) me habló de cómo les
partía el cuello a “terroristas” en operaciones secretas en Afganistán; de cómo
ametralló a una completa célula talibán dirigida por el mismísimo Mullah Omar; se
ufanó de que tenía una American Express corporativa con cupo ilimitado. Yo,
simplemente, me retorcía del asqueo y la putería de tenérmelo que mamar.
Y entonces, ya cuando mi amiga Laura y las otras dos nenas se habían ido
y quedábamos tres en la mesa, el man cerraría la noche con la mierda más
asquerosamente hijue’ puta que yo haya visto en un bar.
Yo había pedido una pinta de rubia y enterita como estaba, la dejé en la
mesa para ir al baño a mear. En mi cabeza, y mientras le cambiaba el agua al
canario, quedó la imagen de cuánta cerveza tenía el tipo en su vaso.
Cuando volví, mi pinta de rubia estaba ahora completica en poder del
tipo… “¿Y aquí qué vergas?” me pregunté yo. Así que, entre emputecido y
extrañado, le dije: “oye, viejo; creo que esa cerveza que estás cubriendo, es
mía”.
“¿Cuál?”, dijo él; y acto seguido, señores, este hijo de puta cabeza de
becerro acercó su cabeza y mirándome a los ojos ¡¡¡¡¡¡SOLTÓ UN GALÓN DE GARGAJO
DENTRO DEL VASO!!!!!!... “¡¡¡¡¡AAAAAAAARGHHHH!!!!!! ¡¡¡¡¡PERO QUÉ ES ESTA
PORQUERÍA!!!!!”. “No. Esta cerveza mía”, dijo inmediatamente después de haber
hecho semejante pintura.
Yo, la verdad, mi querido fanático de Pero No Se Me Delique, me quedé de
una pieza. ¿Dónde pollas era que creía que estaba este maldito sopla vergas?
¿En Afganistán? ¿En Irak? ¿Y qué seguía? ¿Apuñalarme por unos deditos de queso? ¿Matarme y luego mear sobre mi cadáver como hicieron sus colegas con unos talibanes en enero de este año? (ver foto).
“Ven te sigo contando para que tu sepas lo que es estar en una guerra,
amigo”, dijo el hijo de puta con esa solemnidad repugnante que tiene la nación
más imbécil del planeta.
Yo pedí un vaso de cerveza, me lo bogué como una Pony Malta y luego le
dije: “esperate voy al baño, amigo; ¡esta historia no me la quiero perder!”. Me
paré de la mesa, salí a hurtadillas por la puerta y dejé al cabezae’ ñerbo ese ahí
como un glande pa’ que me pagara mi cuenta. ¡Qué peligro esos hijos de puta!
En estos días pensé un jurgo en esta entrada suya porque me encontré con un gringo no tan extremo pero sí de ese corte ya ahora que lo pienso da para escribir algo en mi blog. Pero sí están completamente locos!!!
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