Mi puesto en la
ruta del colegio, en mi último año en el Campestre, en Neiva, era atrás. Como
la penúltima banca. La compartía con un amigo que vivía ahí en mi conjunto, y
siempre nos íbamos pelando de cuanto parroquiano iba ahí.
Delante de nosotros
se hacían dos hermanitos: un pelao’ y una chinita, de no más de 12 años les
pongo yo. A la peladita le decíamos “la cabezae’ culo” (no sé por qué) y al
chino le decíamos “el bulto”, no será por lo flaco. Unas piltrufias nosotros.
Yo sí recuerdo que
cuando se subieron, el peladito estaba pálido. (Un gordo pálido… ¡Ja! qué
hijue’ puta ironía ¿no?) Se sentaron, pusieron las maletas en el piso, y el bus
arrancó. Yo me fui
despellejando gente viva con mi amigo: “¡uy! Mire esa gorda bestial de la
Andrea, parece el logotipo de Michellin”; “véale la cara al pulgoso… tiene pura
cara de haber dormido en la caneca”. Así, lo normal.
Durante el
recorrido yo iba en la ventana. Y pude ver en el reflejo de la ventana de
adelante, que el gordo se estaba poniendo como más mal de lo normal. Le dije al
marica de mi amigo: “oiga, el gordo este está que se desmaya ¿le decimos a la
directora de ruta?”. “No marica, ya vamos a llegar”, dijo él.
Faltaba tal vez medio
kilómetro.
De repente, y en el
preciso instante en el que el bus gira a la derecha para entrar al colegio,
sucede lo más violento de la temprana jornada.
Yo veo que este
gordo marica se para de la silla, me voltea a mirar, se manda las manos a la
cara, y veo que sus ojos se hinchan hasta el punto de casi hacerle ¡pop! “Mierda”,
dije yo. Inmediatamente, al chino se le inflan esos cachetes con lo que ya me
parecía era severendo baldao’ de cuajo biliar, y lo único que atino a gritarle
es: “¡¡¡¡¡ENCIMA MÍO NO HIJUE’ PUTA!!!!! ¡¡¡¡¡ENCIMA MÍO NO!!!!!”; el gordo
gira entonces la cabeza, y tapándose la boca con sus manos, se pega la borboteada
de vómito más hijo de puta de este planeta ¡contra su propia cara!: “¡¡¡¡¡BRRUUAAAAGHHHFFFFGGGRRRPPPFFFFFFF!!!!!”.
“¡¡¡¡AAAAAARRRRGGGGHHHHH!!!!” gritamos el marica de mi amigo y yo. El gordo
concluye su obra de arte con dos “¡PTF! ¡PTF!”.
HI-JO-DE-PU-TA… El gordito este quedó con una mascarilla de su propio vómito en toda su cara.
El bus paró, todos
los peladitos gritaron, los grandes nos escandalizamos, la directora de ruta se
paró y se acercó: “¡Manuel! ¡Dios mío! ¡Pero qué pasó!”. El gordo le contestó de manera
ininteligible dado los galones de bilis que recién le habían explotado a
10.000 PSI: “P’dofeff… me vomitefghh…”. Lo bajaron, lo recompusieron.
Siempre que
recuerdo esta historia me cago de la risa pero me da mucho pesar con el gordito. La verdad es que yo se la montaba tanto y él
me tenía un miedo tan hijue’ puta, que en medio de su nerviosismo prefirió
hacer “Vomikase” en su propia cara, ¡antes que guasquearse sobre mí!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar, pero no como en El Tiempo.com: