#31: "¿El señor lo desea término medio o bien frito?".

El gringo, amigo con quien compartí un apartamento en la universidad, llegó un día con una cajita a la casa. “Marica, traigo un arroz chino una chimba que venden en el centro”. Saqué una cuchara y probé. “Sí, está bueno, aguanta”. “Hágale, yo lo llevo un día”.

Pasaron las semanas y el güevón, cada dos días, llegaba con una cajita a la casa . “Pille marica, ahí traje ‘arrocibiri’ otra vez… hágale, sírvase ahí un ‘tilín’”. Yo saqué una tacita y me serví. “Pille, viene con papa a la francesa y que tales”, me dijo el gringo. “Lo tengo que llevar”.

Por esos mismos días, un amigo del conjunto donde crecí, en Neiva, pasó a hacer una visita relámpago. Se llamaba la rata y el alias era “Carlos Arturo”. Nosotros, educados siempre, le decíamos por el nombre.

“Ole rata, entonces qué. Por ahí voy a ir con el gringo a comer chino ¿se apunta?”. “De una, hágale”, dijo el marica.

Nos hemos ido, entonces, un medio día entre semana. Caminamos un resto el centro y la rata y yo preguntamos: “ole gringo, marica, ¿esa mierda dónde es?”. “'pere, 'pere que es por aquí cerquita, frescos”. 

Pasaron 4 cuadras. Llegamos a un callejón; “es aquí”, dijo el gringo… no se imaginan ustedes a donde nos llevó el hijue’ puta este. Tres chinos muecos y sin camisa picaban pescuezos de pollo con hachuela, sobre un mesón chorreado de sangre. Todo, enfrente de las mesas. La rata y yo nos miramos: “marica ¿y aquí qué?”.  

Nos sentamos y le ordenamos un plato de arroz a la mesera mueca que hablaba “Pug Antiguo”. “Van a ver. Eso es una chimba”, dijo el gringo. La rata y yo nos mirábamos: “marica, ¿seguro que esto es bueno acá?”. “Siiiii, siiiii, frescos pelao’s”, insistía McDaniel.

Nos llegó el plato. Nos miramos con la rata. El gringo le metió el tenedor de una. Nos volvimos a mirar, y le metimos tres cucharadas a ese arroz. “¿Qué tal? ¿Bueno?”, preguntó el gringo. La verdad, sabía normal. 

Como a la mitad de la merienda, la ratica me puya el brazo: “marica, ¿qué es esto?”, preguntó con la jeta llena de arroz y con cara de suicidio, señalando el plato. “Uy marica… uy no… marica, rata, no sé… marica, rata, no... no coma más... uy, marica, no...”.

Y sí señores, que en el plato del muchacho había un patica de roedor, con huesitos muy delgaditos, piel colgando y cuatro uñitas chiquitas y afiladitas. El man y yo nos queríamos suicidar: ¡¡¡¡Ptuáj!!!! ¡¡¡¡Ptuáj!!!! ¡¡¡¡Qué asco!!!! ¡¡¡¡Marica (¡¡¡¡Ptuáj!!!!), gringo!!!! ¡¡¡¡Ptuáj!!!! ¡¡¡¡A usté qué mierdas (¡¡¡¡Ptuáj!!!!) le pasa!!!! ¡¡¡¡Ptuáj!!!!”. El marica ni se inmutó.

Después de pegarnos la respectiva guasqueada en el baño, dejamos al gringo ahí tirado a que comiera rata solo. Lo peor de todo es que el marica, mientras vivió conmigo, siguió trayendo cajitas de arroz con rata por un mes más, hasta que un día me dijo: “marica, a lo bien ese sazón de ese arroz sí era como raro”. Ni se diga de la ironía del pobre Carlos Arturo, ¡¡¡¡quien casi se come su propio apodo frito en el arroz!!!!

1 comentario:

  1. jajajajajajaajajajja!!!! No se les olvide que en chino marcos encontraron un guacal de ratas en la neveraaa!!!!

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Gracias por opinar, pero no como en El Tiempo.com: