#19: "¡Páseme a su hija que Cristian Bustos se accidentó!".


Yo tuve una mañita bastante fastidiosita a mis 18 años: llamar borracho a cuanta vieja se me ocurriera, a las 3 de la mañana. “¡Hoooolaa Cata! ¡Hick!... ¡Cómo estás! ¡Hick!... ¡estás! ¿En qué andasffff?”. El objetivo era echarle, como máximo, 10 minuticos de parla para que me cayera donde yo estuviera. Varias veces me funcionaba.  

Esa noche de viernes de arranque de Semana Santa caí donde un colega de la universidad, como siempre, a beber “alarmantes cantidades de alcohol” y quedar tirados en el suelo con el conocimiento quién sabe dónde vergas.


A eso de la 1 AM le dije: “oiga marica, ¡hick! déjeme yo ¡hick! llamo a dos amiguitas a ver en qué andan ¡hick!”. Cogí el celular de mi amigo. Paila, buzón de voz. Entonces se me ocurrió la cosa más idiota del planeta: marcarles a la casa.


Con 4 timbres del teléfono me contestó un cucho con una voz gutural salida del culo y con severo tufo a putería: “AAALOOO”. “¡Hick! Señor… Señor, ¡hick! hágame un favor, qué pena con usted ¡hick!... ¿Está Natalia?”. Previsible: “¡PERO QUIÉN PUTAS ESTÁ LLAMANDO A ESTA HORA! ¡NO JODA! ¡ESTO ES UNA CASA DECENTE!”.


Le insistí: “señor ¡hick!, mire, no se moleste, qué penafff… ¡Hick! Penafff con usted, pero mi nombre es Iván Rodríguez y necesito hablar directamente con Natalia porque ¡algo terrible sucedió!”. 


Con semejante teatro, capté la atención del emputadísimo señor: “¿Cómo así? ¡Qué sucedió! ¡Cómo así!”. Le salí con esta barbaridad: “mire señor ¡hick!... Cristian Bustos, un amigo de la universidad, tuvo un grave accidente hace unos minutos, y 
¡hick! necesito hablar urgentemente con su hija, pásemela por favor ¡hick!”. Mi amigo, en la rasca más hijue’ puta, me miraba: “marica, ¿usted se enloqueció o qué?”.

El señor no me la pasó pero me despachó preocupado: “mire Iván. Ya está tarde, pero yo le aviso a ella en la mañana; ojalá a ese muchacho no le haya pasado nada grave. Tranquilícese”. Colgó. Mi amigo preguntó: “¡qué pasó marica! ¿Se la pasaron?”. “No, paila”.


Al otro día me fui pa' Neiva. Pasó la Semana Santa, nada raro. 
Pero cuando volví a clases, esa semana, yo sí noté que todo el mundo cogió una rarísima preguntadera conmigo. Que dizque yo me había muerto: “¡ole marica! ¿Usted no era que se había accidentado?”. “¡Oye Cris! ¿Ya estás bien? ¡Que bueno que estás de vuelta!”. Yo pensaba: “¿Y todos estos se güevonearon o qué?”. 

A los profesores les dijeron que yo no podía venir a los parciales, que 
dizque había  tenido un accidente.

Y comprando un arequipito y un queso pera en la cafetería de la universidad, de repente, vinieron a hacerme la siguiente entrega especial: “¡pero qué belleza el accidentado! ¡Cómo se recupera de rápido! ¡Sin yeso ni muletas, sin ni mierda! ¡Y todos pegados al techo pensando que se había matado! ¡Atrevido! ¡No me respeta ni a mí ni a mi familia! ¡Vengan les cuento qué hizo este ridículo inmaduro!...
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Ahí sí que me tocó salirle con esta: 
“¡Uy! ¡Natalia! ¡Un mo'entico! ¡Pero no se me delique!

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