Me llevé a un amigo
inglés y a un amigo periodista bogotano a un San Pedro en el 2007; el rolo no
sabía qué era eso. Ese sábado del puente salimos con severo parche a una de las discotecas de moda,
y con la rumba a full swing, fueron saliendo amistades con otras mesas, y pues,
chicas.
“¡Ay! ¿Tú eres de acá de Neiva? ¡Ay! Yo vengo de visita, de Cali ¡Uy! ¡La hemos pasado delicioso!”.
Me la rumbié, bailamos, nos embrutecimos. Terminamos en motel. Mi amigo inglés pidió la baja así que mi colega y yo, con dos nenas, nos fuimos en mi carro. Con cada pareja en su cabaña, todo trascurrió divinamente hasta que, a las 8 am, el servicio me timbró.
El portero, en opita antiguo: “buenaj cuñao’… Ujté ej el que vino con ejte otro muchacho ¿no?”. “Sí claro, dígame”. “Ej que la muchacha que entró con ujtedes je jué al tantico que entraron, y su compañero dejde hace como doj jora no contejta”.
“¿Cómo así? ¿Qué mierdas pasó?”. Me tocó boletearme a pie desde una cabaña a la otra bajo el sol asesino de Neiva de las 8 de la mañana, para ver qué había pasado.
Cuando llegué, habían abierto la puerta y un man del servicio me recibió: “siga muchacho, entre ujté que lo conoce…”. En ese momento me dí cuenta, señores, que no hay mierda más desagradable que ver a cualquier amigo en bola.
El man estaba boca abajo, medio cuerpo salido de la cama, embrollao' entre las sábanas. Yo no iba a tocar el “cuerpo del delito”, así que me puse a gritarle como un idiota desde la entrada de la cabaña, y mirando pa’l techo: “¡Ole! ¡Daniel! ¡Coma mierda, párese hermano y vístase!”.
Sin ninguna respuesta, yo dije “este man está es pero tieso aquí”.
La vaina se puso tan peluda que uno de los mancitos dijo "vamoj a entrar y tratar de dejpertar a eje muchacho, con el permiso del caballero". "Claro jefe, siga". El man, finalmente, no estaba muerto sino que roncaba como un porcino.
En esas, la nena que estaba
conmigo llegó ahí a la escena, hecha un espeluzne completo, a preguntar por la amiga. "Ay, hola, no oye ¿qué pasó? ¿qué es esto? ¿qué le pasa a tu amigo? ¿dónde está Naty?". “Je jué dejde las 4 mamita”,
dijo uno de los del motel.
Ahí justito, se le activó a la nena el ingrediente secreto: “¿Cómo así? ¡Naty tampoco me contesta el celular! ¡Dios mío! ¡Ustedes son unos proxenetas, quién sabe su amigo qué le habrá hecho a ella, blá, blá, blá, larguémonos ya, usted tiene que ir a dejarme, voy a llamar a la policía, deje a ese cerdo ahí tirado, perros, asesinos, los voy a denunciar, blá, blá, blá!...”.
Para escaparme de semejante cuadro, hice la cosa más asquerosa, repugnante y totalmente deleznable de toda, toda mi vida: sentándolo, teniéndolo y abriéndole las piernitas, le puse la ropita al hijo de puta de mi amigo, desde los calzoncillos hasta la cachuchita. ¡Argh! ¡Qué porquería!.
Lo embutí entre el carro, pagamos la cuenta, le eché agua en el hocico y fui a dejar a esta nena a un apartamento de La Toma. El man volvió en sí como si nada: "Uy viejo Cris, este San Pedro es una locura weón". Yo ni me atreví a decirle nada de la fatuta "puteira" (sí, léase así). Solo tomé una profunda determinación: nunca, pero nunca llevaré un rolo a un San Pedro.
jajajajaajaaa esto está muy bueno..!! un blog de buenas historiassss
ResponderEliminarWAAAA LOS CALZONCILLOS DEL MAN WAAA!!!!
ResponderEliminarSe esta fajando mi Trompachuchis!! :)
ResponderEliminarsi, pasa solo en neiva.....
ResponderEliminaroyeee que pasón con la amiga perdida???
ResponderEliminar¡No sé! ¡dime tú!
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