Yo lo recuerdo mucho a usted, Sergio,
resbalándose con una sonrisa breve, muy amable, a veces, mirando hacia el
suelo, cuando me saludaba: “¡qué hubo Cristian!”. Conversábamos, cruzábamos
rápidas frases sobre música, política, o cualquier otra cosa, en las puertas
del estudio de Mechas cuando íbamos a ensayar, o en Casateatro, donde tocamos
tantas veces.
A su banda, Orión, les compartí casi un
año mi batería porque en aquella época Juan Camilo Durán no tenía una. Éramos
bandas muy amigas, ensayando en el mismo sitio. A veces salíamos de los ensayos
a tomar cerveza, a hablar mierda. Usted, quizás sin proponérselo, se volvió
parte de los recuerdos de mis mejores años.
Yo lo recuerdo un man muy suave, risueño,
fácil de conversar, bien diplomático. Y luego, en los toques de Casateatro, se
paraba como un titán ante ese micrófono y resoplaba a todo pulmón ese contundente cover de
“Ectoplasma”, la canción de 1280 Almas: “¿que por
qué todo pasa sin sentido y razón?; entonamos plegarias, se nos corta la voz”. Esa era su canción.
Hombre, Sergio, pues así nos deja usted;
preguntándonos eso, con la garganta entrecortada. Preguntándonos “¿por qué
hijue’ putas?”. Usted no debió haber estado en esa noticia, Sergio. Es como si en la redacción de los periódicos se hubieran equivocado de titular. El
periódico de hoy es la más grande de las cagadas.
Qué conveniente es esa frase de que “no
hay muerto malo”. Y es cierto. Pocos hablarán mal de usted, sea con razón o no.
Porque usted, de la manera más estúpida y desoladora, nos está recordando a
todos los que lo conocimos, lo hijue’puta que es la vida; que en este segundo
estamos, y al siguiente puede que no.
Que todo lo absurdo es posible, que el
tiempo pasa, que los años se lo comen a uno; que la vida no tiene “rewind” y
uno deja de hablarse con sus amigos, y con todas las personas que uno aprecia.
Su muerte, por encima de todas las
reacciones, ha tenido una muy, pero muy particular entre nosotros: los amigos
peleados se han vuelto a hablar; todos, los aún vivos, nos hemos volcado a las
redes sociales o al teléfono a decirnos el uno al otro: “no quiero que usted se
muera”, “cuídese, no quiero que me haga falta”; “los extraño, los pienso a la
distancia”, "marica, los quiero mucho".
Su ausencia, más que nada, Sergio, nos ha
dejado a todos preocupados el uno por el otro.
Y esa es, quizás, la lección a hierro retorcido
que nos deja su absurda partida. Que no se necesita nada para perderlo todo;
que para morirnos, simplemente debemos estar vivos; y que lo único que nos
distrae de ese horrendo sacramento de la muerte, es el amor por aquellos que
seguimos vivos; las ganas de estar todos juntos, de revivir nuestras mejores
épocas, de volver a reencontarnos, de preservarnos y querernos como seres
humanos.
Con su partida, usted nos deja en
un “pueblo fantasma”. Usted nos deja en "un mundo de puro ectoplasma”.
Adiós, Sergio.
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